Expresiones
Entrevista a Humberto Rivas por David Balsells el día 5 de junio de 2006

David Balsells [D.B.]: Argentina.
Humberto Rivas [H.R.]: Viviendo yo en Argentina y siendo muy joven empecé a tener una relación muy estrecha con el arte en general. Estudiaba Bellas Artes y la pintura era muy importante para mí. También lo era el cine. Yo era un loco del cine –pasión que aún conservo–, hasta tal punto que me hice socio de un lugar en el que proyectaban películas y al que acudía todos los días. Esa pasión por el cine trajo consigo el deseo de tener una cámara. Quería hacer fotos como las de las películas. Después de mucho insistir en ese deseo y ayudado por mi padre, compré una cámara de 35 mm, una Nikon, y no paré de hacer fotos. Poco a poco me fui entusiasmando.
Aunque mi actividad fotográfica era intensa no había dejado de pintar, más bien al contrario, pintaba mucho. Empecé a exponer tanto pintura como fotografía.
Pero en 1968 y de un día para el otro, sin que yo mismo pudiera encontrar una justificación, decidí dejar de pintar.

[D.B.]: ¿Por qué?
[H.R.]: No lo sé de cierto, simplemente no quise seguir. Y no porque me fuera mal con la pintura, más bien al contrario, exponía incluso en Estados Unidos. Pero había tomado la decisión de que nunca más pintaría e incluso rompí todos los cuadros que tenía. A partir de ese momento nunca más hice ni siquiera un dibujo.

[D.B.]: Entiendo que fue un cambio radical en tu vida, ¿pero cuándo apareció la fotografía como tu medio ideal de expresión?
[H.R.]: La fotografía ya había aparecido antes en mi proceso creativo. Podríamos decir que convivía con la pintura. Lo llevaba en paralelo. Pero a partir de ese momento decisivo en que decido dejar la pintura, sólo me queda la fotografía. Y también, aunque de forma más esporádica, algunas cosas sobre cine. Incluso hice algún corto en 16 mm. Éramos un grupo de gente con inquietudes. Nos reuníamos en mi estudio dos o tres veces por semana. A la hora de realizar la distribución de las tareas nos las turnábamos. Si había alguien que sabía de montaje, no hacía el montaje. Si había alguien que sabía de iluminación, no hacía iluminación... lo hacíamos para que todos dominásemos las diferentes fases de producción, ya fuera de un corto o de un mediometraje. Al final, todos sabíamos de todo. Nunca he abandonado la idea de volver al cine, me siento tentado, quizás más adelante…
Aunque, era la fotografía la que ocupaba el centro de mi vida. Ya nunca más dejé de hacer fotos, y estoy contento con la decisión que tomé en su momento.
Yo era un apasionado de Pessoa, de su poesía y de sus textos. Desde 1968 conviví con eso y, aunque me expresaba a través de la fotografía, no dejé de interesarme por las otras artes, sobre todo por la pintura y por el cine.
En fotografía reconozco que tengo una gran influencia de los retratos de August Sander.

[D.B.]: ¿August Sander es de los primeros que descubres o tienes un referente más cercano?
[H.R.]: Conocí a un fotógrafo ruso que vivía entonces en Buenos Aires, se llamaba Anatole Saderman. Éramos vecinos, nuestras casas distaban 50 metros escasos la una de la otra. Nos hicimos muy amigos. Era un hombre que ya tenía una edad avanzada. No es que él se pusiera a enseñarme realmente, sino que me estaba transmitiendo continuamente todos sus conocimientos. No era de ésos que no quieren hablar para que otros no aprendan, sino todo lo contrario.

[D.B.]: Hablas de August Sander, ¿pero ya era un personaje conocido en aquella época en Argentina?
[H.R.]: Sí, sí, en Argentina ya era conocido. En Buenos Aires, a pesar de sus muchos problemas como ciudad y de que las administraciones colaboraban con presupuestos muy precarios en actividades culturales, había una actividad cultural muy fuerte. Gracias a eso yo aprendí mucho.

[D.B.]: Instituto Torcuato di Tella.
[H.R.]: Trabajé en él durante diez años. Era el fotógrafo oficial del Instituto. Fue una época maravillosa.

[D.B.]: ¿Era un instituto multidisciplinar?
[H.R.]: Sí, había pintura, fotografía, teatro, realmente era una actividad fantástica. Yo era el fotógrafo de allí. No sólo tenía que hacer fotos para esto y para lo otro, sino que las podía hacer como yo quisiese. Tenía toda la libertad del mundo, aunque fotografiara una obra de teatro, un concierto o cualquier otra actividad. La fotografía la hacía Humberto Rivas. Era un lugar donde no solamente se trabajaba bien, sino que además pagaban bien.
Ahí empece a sentir que era un profesional en todos los sentidos.

[D.B.]: Más tarde te dedicaste a la publicidad, ¿por qué?
[H.R.]: Un día los militares llegaron al Instituto Torcuato di Tella y lo cerraron. El ambiente en el país se puso muy tenso… las desapariciones… fue muy duro… fue terrible. Lo cerraron porque era un centro de libertad. Fue un cierre represivo, totalmente represivo. No me quedó más remedio que trabajar en publicidad.

[D.B.]: España.
[H.R.]: La decisión de nuestra venida a España fue una decisión que tomamos conjuntamente María, mi mujer, y yo. En mi país se estaba poniendo todo muy mal. Habíamos perdido amigos, desaparecidos durante la dictadura…
Decidimos venirnos acá, a Barcelona, una ciudad que nos gustaba. La conocimos en un viaje anterior que habíamos hecho y teníamos un buen recuerdo.
Los dos estabamos casados y nos separamos de nuestras respectivas parejas para ir a vivir juntos. Para festejarlo, nos vinimos a Europa en un viaje de cinco meses.
Hicimos ese viaje juntando algo de dinero. Llegamos a París y teníamos un arreglo con Citroën que nos vendía un coche, pero que nos lo compraba de nuevo, descontándonos un mínimo, cuando terminase nuestro viaje. Y ahí empezamos a recorrer toda Europa. Cuando pasamos por Barcelona, nos quedamos encantados con la ciudad. Y cuando, cuatro años más tarde, tomamos la decisión de irnos de Argentina, las opciones que teníamos eran, o bien ir a vivir a Caracas, donde en ese momento se ganaba mucho dinero, o bien ir a la Barcelona que teníamos en nuestro recuerdo. Y, por suerte, elegimos Barcelona. Poco después de nuestra llegada tuvo lugar el golpe de estado en Argentina.

[D.B.]: Se cierra la etapa argentina y se abre la etapa española. La situación de la fotografía, imagino, te debió de sorprender... ¿cómo fue esa llegada?
[H.R.]: En ese momento, lo que se pensaba y hacía sobre fotografía eran cosas, a mi juicio, equivocadas. Se tenía la fotografía como una excusa para un encuentro de amigos que hacían fotos, pero no mucho más.
Sólo conocíamos a una persona cuando llegamos acá, era América Sánchez. Él había llegado de Argentina años antes que nosotros y había hecho un buen trabajo como diseñador. Gracias a él conseguí mi primer trabajo, con el artista Corberó, con el que estuve un año trabajando. Me vino muy bien. Posteriormente empecé a tener trabajos de publicidad.

[D.B.]: ¿Para ti, instalarte en Barcelona, fue como dar un paso atrás?
[H.R.]: No, el panorama no era quizás el ideal, pero de todas maneras, yo aquí, en Barcelona, siempre he encontrado una relación muy fuerte con la cultura. No solamente en fotografía, sino en cualquier disciplina, a pesar de que en ese momento había algunas desorientaciones. Nos gustaba mucho estar acá, nos sentíamos identificados.

[D.B.]: Y de estos primeros contactos ¿a qué fotógrafos puedes recordar?
[H.R.]: Una persona que hizo que me relacionase con muchos fue Jaime Camino, director de cine. Él tenía un bar-restaurante donde hacían exposiciones y ahí se organizó mi primera exposición en Barcelona. Tenía un espacio para exposiciones y alguna foto colgada en el restaurante.

[D.B.]: ¿A qué fotógrafos conociste?
[H.R.]: En un primer momento y respecto a los fotógrafos profesionales, sólo me relacioné con Xavier Miserachs, pero no conocí ni a Maspons, ni a Català-Roca, ni a Pomés…

[D.B.]: Tú nunca has querido mezclar tu trabajo profesional con tu trabajo personal, como han hecho otros autores, ¿por qué?
[H.R.]: Porque son dos cosas distintas. No es que una cosa sea buena y otra cosa sea mala. En mi caso he querido marcar siempre la diferencia. Es una cuestión muy personal y cada uno sabe cómo la siente. En la historia de la fotografía hay muchos ejemplos en un sentido y en otro.

[D.B.]: Pero tú, en alguna ocasión, has llegado a decir que no querías firmar tus trabajos profesionales...
[H.R.]: Sí, es verdad, pero en algunas ocasiones me he visto obligado a firmarlos, como en el caso de Burberrys, que era un cliente muy grande con el que realicé durante catorce años todas sus campañas y con el que estaba comprometido.

[D.B.]: Cuando nos referimos a tu obra, automáticamente pensamos en el retrato.
[H.R.]: Sí, puede ser que sea conocido como retratista, no me molesta, pero tengo también trabajos comprometidos de paisajes, de naturaleza muerta… A mí es un tema que me interesa mucho, porque tiene que ver con lo que es uno mismo, con su forma de ser; no para obligarse a tener un estilo determinado, sino una forma de encarar el trabajo creativo; no sólo en la fotografía, sino en cualquier disciplina artística.

[D.B.]: Pero mucha gente piensa que tus paisajes también son retratos...
[H.R.]: Eso depende de cómo lo percibe el que está mirando. Una vez me pasó algo en la galería Forvm de Tarragona. Era una exposición de retratos y entró una señora mayor con un carrito de la compra y se puso a mirar todas las fotos con detenimiento, dando la vuelta a toda la exposición; de pronto, miró hacia nosotros y nos preguntó: «¿quién es el que ha fotografiado a todos estos locos? Seguro que es más loco que ellos». A mí me pareció fantástico. Cuando uno no se siente obligado a hacer cosas, forzosamente se acaba mostrando.

[D.B.]: ¿Con Avedon, te sientes identificado?
[H.R.]: Puede que haya una relación en la parte del sentimiento del retrato, como también la hay con Irving Penn y con Sanders. Los retratos que hace Sanders son buenísimos, aunque no creo que esa relación sea en la obra.

[D.B.]: Dices que el momento de hacer un retrato es una situación de guerra entre el fotógrafo y la persona retratada...
[H.R.]: Sí, cuando les explico a los estudiantes la forma de realizar un retrato, les comento que entre el retratado y el fotógrafo hay una guerra. Y esa guerra, para que la foto sea buena, tiene que ganarla el fotógrafo y no el retratado, porque es evidente que el retratado asume un rol, una pose de cómo le gustaría aparecer. De alguna manera, se autorepresenta, se pone gracioso, sonríe… pero eso no tiene nada que ver con su personalidad interior, que es lo que buscamos nosotros cuando hacemos un retrato.

[D.B.]: Tú has sido siempre un gran defensor de la fotografía fuera de los guetos. Ahora parece que ha llegado ese momento, encontramos la fotografía integrada en otras disciplinas, pero tú te has convertido en un referente de la fotografía pura, ¿qué piensas de esto?
[H.R.]: No me importa que los demás me encasillen, que lo hagan, a mí me da lo mismo, que hagan lo que quieran. El problema real sería que yo mismo me encasillara. Pienso que no hay que limitar ninguna disciplina. Hay que dejar que el autor tenga la libertad de mezclar medios. Nosotros tenemos que tener la libertad de usar cualquier medio, teniendo bien claro que la técnica es para ser usada y no para ser respetada.
Y respecto a los guetos, cuando yo vine a vivir a España, a la fotografía no se la consideraba casi nada. Vivía de forma paralela al mundo del arte, pero no tenía ninguna relevancia. Había poquísimos espacios para exponerla y generalmente era una fotografía dogmática, no con la libertad que se tiene ahora. ¿Una foto pintada? ¿Por qué no? ¿Por qué hay que ser un dogmático? A mí lo que me importa es la calidad, la plasticidad y la expresión de aquello que estoy mirando, no necesariamente si es foto-foto o pintura-pintura.
Hace poco se hizo una exposición en el CCCB, Correspondencias, de dos cineastas, Víctor Erice y Abbas Kiostami, que se conocen y respetan mucho. La exposición era excelente, con un planteamiento flexible, con fotos, proyecciones de películas, etc. No seguían ningún dogma, hacían lo que sentían. Había fotos donde el fondo estaba pintado blanco casi puro y eran exquisitas las fotos. Pero en contraposición, y tan buena como esta exposición, encontramos la de Dianne Arbus.

[D.B.]: ¿Las nuevas tendencias pueden influir en autores como tú?
[H.R.]: Yo seguiré trabajando como en mis comienzos, pero no te puedo asegurar que no cambie un día de estos porque realmente sienta la necesidad de cambiar. Lo repito y yo sé que soy un poco obsesivo, pero poner en cualquier disciplina artística límites para condicionar que esto tiene que ser así o tiene que ser asá es un suicidio. No sé lo que haré en el futuro, pero sea lo que sea quiero hacerlo con libertad. No he seguido ni seguiré nunca los dogmas. Cada vez que voy a Amsterdam voy a ver los Rembrandt. Todos son muy buenos, pero hay uno, sobre todo, ante el que soy capaz de pasarme media hora mirándolo. Es el de la pareja judía. Rembrandt, como Vermeer, tenía una capacidad expresiva muy suya, difícil de encontrar. En un viaje por Austria, fui a visitar unos Vermmers muy extraños, muy grandes, como de dos metros, y vi a una señora que estaba con un caballete de pintura copiando uno de ellos. La copia era idéntica, del mismo tamaño y los mismos colores, todo impecable, pero nadie te puede explicar porqué mirabas el Vermeer y te emocionabas y luego mirabas el de la señora y, bueno, no estaba mal.
Esto también pasa mucho en cine, hay películas que te emocionan y otras que no.

[D.B.]: La exposición muestra una selección de 72 obras de tus últimos treinta años, ¿crees que esta selección muestra la esencia de tu trabajo?
[H.R.]: Creo que sí, porque nunca me dejé atrapar por mí mismo. Ése es mi trabajo, no tengo ninguna duda, un trabajo profundamente sentido. Esas fotos no las podría haber hecho de ninguna otra manera.